viernes, 28 de agosto de 2009

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¡Están borrando el mundo! Grita alguno y todos, los que pudieron escuchar, se esconden. Sillas de confitería, semáforos, baúles de los autos, alcantarillas, billeteras, baños químicos, axilas de colectiveros, bolsillos, todo ofrece lugar para esconderse. Mi tarde consistió en una mirada por error, que no tenía que ser. Tengo en la boca un caramelo de nunca disolver. Tengo en la boca algo tan duro como un caracol que quizás no sea un caramelo y sea la culpa que siento porque mis ojos desde hoy a la tarde están cancelando todo. La culpa se me mete en los dientes, y no hay dentífrico que…Mis ojos borran el mundo. Ya, ahora, ya, ya. Pero siguen abiertos, porque yo quiero, porque nadie me puede pedir que los cierre.


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Hay que hacer la cama y meterse a nadar. Estoy adentro de una cama, la mía, me tapé entera, el colchón es la tumba diaria que no rasguñamos porque sabemos que el tiroteo de la alarma en unas horas nos va a poner de patitas a la mañana, a la mañana al espejo le da lástima mostrarnos cuán profundas están las ojeras por eso las disminuye un poco, a la mañana me la agarro con la cama y pienso que las camas ya no sirven para descansar, sólo sirven para tener el cuerpo dispuesto como una tostada untada en no poder dormir, y ahora en este preciso momento en esta cama estoy rodeada de palomas muertas que se ahogaron porque no sabían nadar sobre sábanas y los muertos comen más que los vivos. Los vivos ayunan por los nervios de vivir porque me da la sensación que vivir da nervios y los muertos desayunan las flores que sus lloradores les dejan en cada visita. Dos situaciones distintas: el muerto desayuna, moja tranquilo sus pétalos llorados en café, -le faltaría leer el diario o prender la radio en algún dial funerario- y, por el contrario, el que lo visitó el día anterior ayuna en su casa por la angustiosa idea de pensar que latir es el trabajo más duro que hay y que por hacerlo nadie paga sueldo.

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