domingo, 27 de julio de 2008

Mi mirada no está hecha de mis ojos, mi mirada es mi boca. Una boca que muestra los dientes. Y cada diente es un ojo. Y las encías son las cejas. Con mis dientes lloro y con mis ojos muerdo. Fernando Peña habló de lo bueno que es invertir roles sin dejar de ser uno, entonces ¿por qué los ojos sólo tienen que llorar y los dientes sólo morder? ¿Y si los dientes lloran dejan de ser dientes? ¿Y si los ojos muerden dejan de ser ojos? Perdón, sigo. Miro en la góndola de motivos para llorar y lleno mi changuito sin que nadie me vea. La cajera se ríe o se preocupa pero no dice nada, sólo me cobra. El juego de romper. Juego a mirar fijo hasta romper lo que miro. Rompo la vidriera en la que estoy quieta esperando que me miren, me señalen y me lleven. Rompo el ruido callándome. Callarse es morderse hasta herirse la lengua y el silencio es la sangre invisible que quiero limpiar con la lengua que me mordí. El mar puede estar en una sola ola como el amor en un primer hola.

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